Artículo publicado en El Periódico.
El 15 de septiembre de 2008 la caída de Lehman Brothers, el emblema de la banca especulativa, precipitó un colapso mundial del sistema financiero. Su caída llevó a la mayor recesión económica desde la década de los años 30 y un sentimiento justificado entre la población de que los gobiernos habían actuado con total connivencia con el gran poder financiero global.
Diez años después, aún perduran las consecuencias. El precio de rescatar a los bancos lo pagaron los trabajadores y trabajadoras con puestos de trabajo perdidos, salarios reales más bajos, y deshaucios masivos. En EEUU se calcula que hasta 9 millones de personas perdieron su vivienda, entre el 10% i el 15% del total.
Mientras tanto, a pesar de la naturaleza sistémica y global de esta fallida del sector financiero, la mayoría de los responsables que causaron esa crisis continúan su actividad bancaria sin trabas y sin tener que rendir cuentas. Solamente en los casos de estafas más flagrantes como el de Bankia sus responsables han pagado algún precio. Al mismo tiempo, el sentimiento de injusticia entre la población ha sido cínicamente explotado por fenómenos como el de Trump y la extrema derecha en Europa.
Los líderes de los gobiernos europeos y de los países donde tenían su sede los megabancos, insistieron hasta la saciedad en que esta crisis no iba a pasar “nunca más” y que se iba a “refundar el capitalismo”. Pero diez años después, con la ciudadanía todavía sufriendo las consecuencias sociales y económicas de aquello, el sistema financiero prácticamente no ha cambiado.
La realidad es que las finanzas globales solo se pueden maniatar con la colaboración internacional entre legisladores. Y la UE podría ser un buen marco existente para una colaboración de este tipo, pero sólo si existe ambición y voluntad política por parte de los gobiernos de los estados miembro representados en el Consejo así como de los grupos del Parlamento Europeo.
Muchas han sido las iniciativas durante los últimos diez años para poner al servicio del interés general toda esta gran capacidad de la UE para regular el sector financiero, controlar su actividad y acabar con sus privilegios. Y no todo han sido derrotas. Durante este tiempo de constantes reformas de las directivas y reglamentos financieros, hemos conseguido limitar las escandalosas remuneraciones y primas de los banqueros que premiaban sus decisiones más especulativas. O poner en marcha el régimen de resolución bancaria para impedir que los bancos vuelvan a ser masivamente rescatados con dinero público. La supervisión también ha sido reforzada mediante nuevas instituciones, y goza de muchos más recursos. El Parlamento ha sido también decisivo para que bancos y otros intermediarios financieros fueran más seguros y limitaran sus actividades más especulativas.
Pero estos pequeños pasos han encontrado una feroz resistencia entre los lobbies bancarios, los grupos de la derecha en el Parlamento, gobiernos que trabajan en connivencia con su sistema financiero nacional, y la desorientación y falta de empuje del centro-izquierda. Y también hemos comprobado estos años como la extrema derecha ni siquiera participó de estas reformas, abogando únicamente por desmantelar cualquier espacio de colaboración europea, cosa que en la práctica supone estar al servicio de los intereses del gran poder financiero. El resultado es que los avances son absolutamente insuficientes y no hemos sido capaces de vencer la inercia dogmática y miope de esta coalición pro-finanzas.
Al final han sido rechazadas medidas de mínimos tan lógicas como la estricta separación de las actividades de banca comercial y las de banca financiera especulativa (que llegamos a debatir en la Comisión de Economía del Parlamento Europeo), que tanto ayudarían a la mayoría de la ciudadanía y a las pymes. Tampoco hemos podido sacar adelante medidas destinadas a poner fin al chantaje de los bancos “demasiado grandes para caer”, aquellos bancos tan importantes para un país o región que pueden destruir una economía entera si no se les rescata con dinero público.
El semanario ‘The Economist’ nos recordaba la semana pasada como en 2007 las 5 mayores instituciones financieras globales recibían el 32,6% del beneficio de toda la banca de inversión mundial: ese porcentaje es exactamente el mismo hoy. Y en banca comercial, las 5 mayores instituciones son hoy las mismas que hace 11 años. En Europa esta situación es aún peor, ya que asistimos al mayor nivel de concentración bancaria de los últimos decenios.
Pero además del bloqueo de estas imprescindibles medidas, hay que alertar que recientemente hemos visto una creciente voluntad de dar incluso marcha atrás en muchas de las reformas ya realizadas con la excusa de que las finanzas europeas sufren una feroz competencia internacional. Se están recuperando masivamente prácticas financieras de transferencia de activos a terceros que fueron la clave detrás del colapso de Lehman Brothers y posterior propagación de la crisis, como por ejemplo la titulización o securitización, al igual que otras formas de “ingeniería financiera” compleja.
Los mecanismos prometidos para liquidar los bancos en fallida sin intervenciones multimillonarias de dinero público no se han desarrollado suficientemente, y en la última reforma de la directiva de resolución bancaria en curso se están relajando las exigencias. Y una herramienta europea para garantizar los depósitos de los pequeños ahorradores de bancos en dificultades está bloqueada por las disputas entre los intereses nacionales de los países de la UE.
Por ello hoy es triste afirmar que el sistema financiero que no pudo lidiar con la catástrofe Lehman Brothers sigue siendo estructuralmente el mismo: nadie tiene la certeza de que otra gran crisis financiera pueda ser evitada, pero en cambio sí sabemos que las promesas de refundación del sistema han quedado en muy poca cosa.
Diez años después de una de las mayores crisis de la historia del capitalismo, es necesario seguir removiendo conciencias sobre este asunto y seguir trabajando para que la UE juegue un rol de liderazgo ante el reto de acabar con el poder descontrolado del capitalismo financiero global. Sin duda este debería ser uno de los grandes debates que afrontemos como sociedad ahora que se acerca el período electoral europeo. No podemos fracasar: en este debate nos jugamos la salud y el futuro de nuestra economía y nuestra democracia.