Hemos asistido estos últimos días a una parálisis europea inexplicable para hacer frente a la crisis de la Covid-19. Hemos tardado demasiados días en ver a pacientes cruzar fronteras para ser atendidos en países vecinos, o material circular de un país a otro. Afortunadamente, parece que la solidaridad dentro de Europa crece cada día, y finalmente estamos reaccionando en el frente sanitario
Sin embargo, arrecia ahora otro debate crucial: qué respuesta compartida daremos al durísimo golpe económico que va a sufrir el continente. Hasta ahora, dos medidas de calado han sido aprobadas: primero, el desbloqueo por parte de la Comisión Europea de fondos estructurales no gastados y, en segundo lugar, el nuevo programa de compra de bonos del Banco Central Europeo. Ambas medidas son importantes y demuestran que las instituciones “federales” sí están actuando con agilidad y rapidez. También se acaba de proponer por parte de la Comisión el nuevo programa SURE, destinado a apoyar el coste del desempleo temporal, programa aún pendiente de aprobarse.
Por su parte, sin embargo, es el Consejo Europeo el que parece paralizado. Tras dos reuniones del Eurogrupo fallidas, el pasado Consejo Europeo celebrado el 26 de marzo fue una auténtica ceremonia de la confusión. Nuestros Gobiernos dieron tal sensación de parálisis y desacuerdo que algunos han empezado ya a cuestionarse si es el propio proyecto europeo el que está en riesgo. Hoy, Europa es el epicentro de la pandemia, y estamos a la cola en respuesta económica a nivel global.
La realidad es que el parón de la economía europea requerirá un programa de reconstrucción sin parangón en los últimos años. Pensar que esa ingente cantidad de inversión puede realizarse simplemente a partir del endeudamiento nacional con el apoyo del BCE es totalmente ilusorio, un camino lleno de riesgos que también es menos democrático y económicamente dudoso. Por ello, nos parece que dar el salto hacia un instrumento de deuda compartida, destinado a movilizar conjuntamente recursos para poder hacer un auténtico plan de reconstrucción europeo, es hoy imprescindible. Solo a través de emisiones compartidas podremos movilizar una cantidad de recursos suficiente. Una emisión que debe ir de la mano de instrumentos compartidos para gestionar el gasto, y de una mayor fiscalización de este instrumento por parte del Parlamento Europeo.
Emitir deuda compartida no es hoy un gesto de solidaridad de unos países hacia otros, es un salto imprescindible si se quiere evitar que el euro y el mercado interior entren en una espiral crítica, cuyos efectos serían sentidos por el conjunto de todos los países de la Unión. Es de interés de toda la eurozona minimizar la depresión económica inducida por el combate del virus y no hay “riesgo moral” que valga: el choque es simétrico y afectará a todos por igual. El argumento del riesgo moral es aún menos aceptable si tenemos en cuenta que Alemania ha sido en los últimos años el principal beneficiario de la puesta en marcha de la moneda única, y que los Países Bajos mantienen esquemas fiscales que minan los ingresos de los demás Estados miembros.
No es ahora tampoco el momento de pensar en los rescates fallidos del pasado. Ofrecer a países como España o Italia un programa de rescate del Mecanismo Europeo de Estabilidad, condicionado a mayor austeridad, es profundamente miope y es algo que las opiniones públicas de los países más afectados percibirían como una humillación de sus socios en uno de sus momentos más críticos. Ello equivaldría a que en 2005 el Gobierno de EE UU hubiera decidido lastrar durante años el crecimiento en Luisiana cargándole enteramente la deuda incurrida por la reconstrucción del huracán Katrina. De una propuesta así solo cabría esperar un crecimiento imparable de la desafección hacia el proyecto europeo. Incluso una línea de crédito del MEDE sin condiciones, como parecen plantear algunos en el Eurogrupo, sería claramente insuficiente.
Es la hora de Europa. Jacques Delors, en una reciente entrevista, ha alertado del regreso del nacionalismo en el Consejo Europeo. Los europeístas debemos reaccionar. Es el momento de dar una respuesta europea en todos los frentes: en el sanitario, facilitando apoyo con material y asistiendo a países cuando sus sistemas de salud se saturen (así como aunando esfuerzos en coordinar y orientar la investigación científica), y en el económico, creando mecanismos financieros de reconstrucción verdaderamente europeos como los eurobonos.
El pasado Consejo Europeo dio el mandato al Eurogrupo para que estudiara las distintas opciones. De los 19 países que conforman la zona euro, más de ocho ya han dado el visto bueno al instrumento. En estas horas críticas, queremos hacer un llamamiento a la ciudadanía europea a movilizarse para lograr este objetivo, venciendo las resistencias que aún plantean algunos países. Europa debe dar una señal de que está a la altura y de que es capaz de reaccionar arriesgando y con ambición. Nos jugamos el futuro en ello.
Ska Keller es presidenta del Grupo de Los Verdes y Ernest Urtasun, eurodiputado de En Comú Podem. Firman también este artículo Sven Giegold, eurodiputado por Los Verdes de Alemania, y Bas Eickhout, eurodiputado por la Izquierda Verde de Holanda.